....... va al psicólogo

Estaba en mi consultorio jugando en la computadora, como una forma de evadirme de la cotidianidad de la consulta. Mas allá de la particularidad de cada caso, me agobiaban  los divorciados y divorciadas que no habían podido resolver su vida de pareja adecuadamente y pedían ayuda para administrar su separación.
Quizás esto sucede por el hecho que los mismos pacientes son los que nos recomiendan, paulatinamente me forzaron a transformarme en un especialista en el tema de los conflictos de pareja, tarea que quizás hago bastante bien, pero  a veces siento deseos de encontrar algún caso que me desafíe por su trascendencia.
Vaya que lo encontré, ahora el que va terapia soy yo, Les voy a relatar una breve síntesis de una larga terapia que todavía no terminó, la mía.

El día de referencia, el juego de la computadora fue interrumpido por un llamado telefónico, una mujer de voz serena, pausada y segura me solicitaba una consulta. Le pregunté su nombre para incorporarla en la agenda y curiosamente se negó a dármelo, lo cual me intrigó aún más.
Pensé, otra que se peleó con su pareja, pero inmediatamente deseché la conjetura, el tono de voz me sugería otra problemática. Acordamos día y hora para la consulta.
Se hizo presente una mujer madura de edad indefinida de aspecto agradable, diría de una austera belleza, sus hermosos ojos grises que chispeaban en cuanto se comenzaba a dibujar una sonrisa en su rostro y algunas arrugas se hacían notar en él, sin desmerecerlo.
Como todos sabemos un psicólogo que se precie tiene que tener orejas grandes para escuchar a sus pacientes y por tanto no tenía por que cambiar el esquema de la consulta.

Acudo a usted, buscando una opinión sobre mi problemática, tengo una gran dificultad para las relaciones interpersonales de cualquier tipo, mucha gente hace esfuerzos cotidianos para acercarse a mi y sin embargo, no lo logran todos. Cuando lo hacen me temen, me evitan.

Pensé, está peleada con el mundo y quiere le ayude, más que un psicólogo debería buscar un mediador. No obstante, su encanto personal me hizo ocultar mis pensamientos y simplemente le solicité que precisara más el quienes, el cuando y el como.

En general, quienes mas me buscan son los jóvenes que encuentran placer viviendo instancias de riesgo, los motoqueros en sus picadas, los buscadores de sensaciones extraordinarias a través de las drogas pesadas. En la medida que avanza el nivel etario siento que me eluden cada vez más, hasta llegar a instancias que comienzan a negar mi existencia.

La verdad que sino hubiera sido por su rostro tan apacible y bello, quizás hubiera dicho:señora esto no es para mi, usted esta más loca que una cabra, le voy a recomendar un psiquiatra amigo para que la trate, le de algunas pastillas que le permitan hacer la paz con el mundo. Pero no fue así, me intrigaba esa dicotomía entre lo alocado de sus afirmaciones y la serenidad con que lo decía.
Por eso postergué transitoriamente tratar la negación de su existencia para rescatar si era posible relaciones positivas y le pregunté en ese sentido.

Hay mucha gente que me aprecia, que siente que le puedo ayudar a pasar a una existencia mejor, pero aspira que nuestra relación sea pasajera. En el fondo muchos de ellos y de ellas hacen la valoración en forma totalmente teórica y hacen todo lo posible para postergar nuestro encuentro. Excepcionalmente algunos insisten en apresurar nuestra relación, animados por sus convicciones religiosas y sociales o por sus frustraciones.

A esa altura de la conversación, el relato de mi paciente se tornaba natural y me daba cierto placer escucharla. Su voz, su aspecto y sus dichos los empezaba a sentir convincentes. Por ello creí conveniente terminar la sesión y continuar otro día. Tenía mucho que pensar.
Todo el tiempo que trascurrió hasta la siguiente consulta, estuvo lleno de recuerdos y reflexiones sobre la experiencia vivida. Más, estaba deseando que aconteciera, sentía algo parecido a aquellos amores de adolescente, que por nuevos, se cargan de misterio, de dudas, de incertidumbres que se disuelven en las ganas de experimentar la belleza del instante del encuentro.
Lo extraño es que de ella no conocía su nombre, ni su edad, tan sólo su aspecto y su relato.
A la hora de la consulta, hubo una nueva llamada telefónica, agradeciéndome el tiempo dedicado como profesional, valorando mi actitud personal y haciéndome saber que nunca habia estado tan cerca de la vida, sin terminar con ella.
Era la Muerte.
                                           Titulo:La muerte va al psicólogo.

  remansero h.c.